C. fuma un cigarro detrás de otro y estudia a ratos las nubes, que
pasan lentas sobre nuestras cabezas. En uno de nuestros largos paseos me
confiesa haber sufrido dos brotes psicóticos, que es bipolar, así me dice, bipolar.
En los pastos que nos rodean ha comenzado el baile primaveral; crece, revuelta, la hierba en los cascos mismos de los caballos, entregados sin descanso a su
festín panatagruélico; las ovejas, infladas de lana, se reparten como pequeñas
nubecillas en el verde firmamento de las colinas; un mastín, sesteando,
asoma indolente la cabezota sobre
el rebaño, aletargado en su vigilia policial. Continúa C. recordando
ahora su infancia, sin más delito, dice, que una cierta inclinación al
ensimismamiento, y luego pasa esto, añade, con el desconcierto de un animal
herido y un reservado enojo que
nos acompaña el resto de nuestra caminata.