miércoles, 27 de junio de 2012

Limpio la lechuga emocionado, deshojándola en el fregadero con entusiasmo creciente; acaricio la carne de sus hojas incrédulo, palpando el verde músculo de esta planta semisalvaje, modelada al viento sin dueño de los campos y montes de los alrededores -y de los doctos cuidados de nuestra vecina-. Dice Montaigne del buen lenguaje que debe ser “sencillo y natural, igual sobre el papel que en la boca; suculento y nervioso, corto y apretado, no tanto delicado y pulido como vehemente y brusco....alejado de toda afectación, desordenado, deshilvanado y atrevido; que cada trozo tenga su cuerpo..”. Y añade a su comentario un epitafio de Fabricio dedicado al poeta Lucano: “Porque al fin no hay estilo mejor que el que conmueve”.

He decidido hacer de esta hortaliza mi santo y seña literarios. Con está simbólica dieta, y alguna lectura ocasional de Baroja, espero vacunar  mis devaneos de escritorzuelo advenedizo frente a todas miasmas y todas las tentaciones retóricas que acechan con sus cantos de sirena  en el blanco asesino y leviatánico de cada hoja por escribir.

lunes, 25 de junio de 2012

Asoma R. en el portón de la cocina exhibiendo, triunfal, una lechuga de tamaño pleistocénico. Nuestra vecina aparece en ocasiones  de este modo, como un súcubo rural con la víctima descabezada al brazo, surgiendo sin previo aviso de la niebla baja que acompaña el final de estos días en U. R. es dueña del caserío colindante al nuestro, en cuya fachada principal luce una pequeña huerta que las lluvias de estas semanas han convertido en una selva impenetrable. Una sombrilla de helados Frigo, inútil en este verano de frío siberiano, aparece rendida con melancolía al abrazo de las judías incontroladas. En el interior del caserón R. conserva un pequeño museo alimentado con antiguos aperos de campo, fotografías familiares y algún que otro cachibache indescifrable. En la ilusión de ir robándole al tiempo estos pequeños fragmentos de la historia del lugar, nuestra vecina ha ido conservando en un pequeño arcón el tesoro escrito de los suyos. Buceando en la hojarasca apergaminada de postales, testamentos y escrituras, encuentro un extraño cuaderno, apenas legible, selladas sus páginas por la humedad, y en cuya cubierta aparece, borroso, el nombre del supuesto autor, que el destinte del tiempo ha convertido en “Doctor Líbido”, o algo así. Leo por encima la caligrafía densa y apenas legible de este cuaderno desmochado, y concluyo que se tratan de unas notas de campo, devaneos de algún pariente lejano de R. que el capricho del tiempo ha puesto en mis manos y a los que volveré con la atención que merecen en estos próximos días.
 

jueves, 21 de junio de 2012


miércoles, 20 de junio de 2012


martes, 19 de junio de 2012



miércoles, 13 de junio de 2012


domingo, 10 de junio de 2012

No hay espacio
para girarse
sólo quedan
las ganas de morder
o de escribir
este
poema
sin
flor.


miércoles, 6 de junio de 2012

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- L3, L4 -anuncia el médico triunfal.
- ¡Hundido! -quiero responder desde la camilla, mudo por el dolor de sus pulgares clavados en mis riñones. 

La molestia volvió hace unas semanas, más punzante que nunca. Ayer noche desperté con el trasero entumecido, incapaz de salvar los tres pasos que me separaban del baño. Tampoco ayudó mi desvelo internáutico y la inmersión a deshoras en la Wikipedia, donde, sensible como estoy a la cuestión de la gravedad, en la descripción del espinazo humano, leí con horror lo siguiente: “la tercera vértebra lumbar cobra mayor importancia por ser el pivote osteopático de la movilidad lumbar, el centro de gravedad de todo el cuerpo (¡!)”.

Pero el ensañamiento del medicastro embrutecido no ha terminado con su torpe manoseo:

- Su relato contiene enormes dosis de subjetividad -ha añadido, dosis de subjetividad, así me ha dicho.

Despojada mi aflicción de toda épica, digiero, humillado, la cruel sentencia en el aparcamiento del hospital, mis dos manos aferradas al volante, lívidos de rabia contenida los nudillos y la mirada perdida en el horizonte. Vuelvo a la realidad con el gemido del parabrisas cabeceando inútil sobre la luna seca de mi vehículo y el rápido taconeo de una mujer, que acelera el paso alejándose de este escenario, a todas luces homicida.
              

sábado, 2 de junio de 2012

“Singularidades”. La palabra se repite, burlona, a lo largo de varias páginas de mi libreta. Los astrofísicos aluden con este término a los agujeros negros, leo en mis notas, puntos de oscuridad impenetrable, suspendidos en el espacio y a los que no puede aplicarse ninguna de las leyes columbradas por el hombre hasta la fecha: “…esquinas oscuras y recovecos que se prestan para cualquier actividad inapropiada. Los villanos podrían tener en ellos oportunidad de falsificar moneda, preñar a las monjas y canalladas semejantes…”, clamaba con desprecio Miguel Ángel contra los planos de Sangallo el Jóven, ideados para la Iglesia de San Pedro y que, parece, dibujaban con torpeza excesivos puntos ciegos en la futura edificación. 

Las estrellas muertas –origen, a decir de los estudiosos, de los agujeros negros- son descritas como devoradoras de masa insaciables cuya densidad infinita no admite juicio alguno y en las que no impera más ley que la de una gravedad primigenia y desatada que acabará chupándolo todo. El total de la masa universal reconcentrada en la paradoja de un centro inextenso donde vacío e infinito serán indistinguibles. Todo esto me trae a la memoria la críptica sentencia de Miyamoto Musashi, samurai invicto –ahí es nada- y autor en el S.XVI de El libro de los cinco anillos, manual fundacional del bushido que recoge, entre otras, la siguiente iluminación:  “…el significado de vacío consiste en que existe el reino en que nada existe, o no puede ser conocido, o se ve como vacío.”

Sigo, así, divagando, salvando del viento estas palabras que transcribo en mi cuadernillo, pequeñas pompas burbujeantes, huyendo en su ascensión de este útero primigenio de gravedad al que estamos todos condenados a volver. Construyo a empellones este falso diario verdadero por el que mi ego alterado deambula como el fiel reflejo de una sombra: leal y suspicaz a un tiempo; atento a todos y cada uno de mis movimientos; vigilante incansable, inalterado, insomne, insolente, sobre todo, insolente. Quién se habrá pensado que es. Quién me habré pensado que soy, quién me habré pensado que soy…