Oh, tú, Escitalopram, enséñame
el camino. Que el ingenio de tu química recomponga los pedazos dispersos de mi
Yo aturdido. Restablece en mi
sesera agostada los niveles justos de serotonina, y que el manto de tu beatífica
caricia me devuelva a la vereda del júbilo y de la esperanza, y me aleje por
siempre de la senda injuriosa del extravío.