domingo, 9 de diciembre de 2012


El río Salchaz secciona la ciudad en dos mitades. De este lado, la Scwarztrasse aparece hoy liberada del turismo, que cruza en apretadas filas el puente, imantado por los mercadillos navideños que rodean en estas fechas la catedral. Aletargado por un sol inhabitual en el invierno austríaco, engullo en la terraza de un café una Kasekrainer  -típica salchicha austriaca- con ensalada. El menú del local exhibe, para mi desconcierto, un entrecomillado del rebelde Bernhard, convertido ahora en reclamo promocional de la ciudad:

“Wien andere in den Park

order in dan wald,
lief ich immer inskafechan,
um mich abzulenken und zu berulingen,
míen ganzes leben”.
(Thomas Bernhard, 1994)
Café Bazar.



Otro insigne gruñón austíaco, Karl Kraus, comparaba la ensalada de la que estoy ahora mismo dando cuenta con el gusto y la propensión pangermánicos por lo “condecorativo”: “…el sentido de lo ornamental se ha desarrollado lo suficiente para que ningún queso llegue a la mesa sin su ensalada…Y andan por aquí personas que únicamente llevan una vida de ensalada. La ensalada convertida en fin en sí mismo…”.