sábado, 24 de diciembre de 2011


La alarma del despertador me devuelve a la ingrata vigilia de un nuevo día , y con ella a la amenaza de una jornada idéntica a la anterior y anticipo, a buen seguro, de otra igualmente indistinguible. El tiempo saltando a horcajadas sobre el tiempo.

Puedo escuchar desde mi dormitorio, la oreja pegada a la puerta, el siseo reptil de la asistenta en el pasillo, desempolvando el rodapié o aplastando algún insecto imaginario con calculada entrega. Cesa el ruido abruptamente; intuyo ahora, sin asomo de duda, la cadencia asesina de su respiración del otro lado de la pared; su aviesa mirada en dirección a mi habitación, enmarañado el pelo, palmeándose el estómago en un gesto, estoy convencido, desafiante. Debilitado por un sueño difuso, del que aún no me he despegado, renuncio a cualquier confrontación doméstica y me deslizo por la puerta sin ser visto.

Erguido el mentón, avanzo con decisión marcial por calles todavía vacías; alineados como peceras mudas, un tribunal de escaparates asiste a mi desfile callejero; sobre los tejados, y entre las antenas, el vuelo temprano de algún pajarete a nadie, salvo a mi, parece incumbir.

Decido tomarme un respiro en un parquecillo salpicado de bancos por los que un chucho contrahecho va repartiendo orines con pausa y ceremonia; entre los arbustos asoma, de cuando en cuando, un pensionista ocioso, aferradas las dos manos al plástico arrugado de una bolsa de contenido impenetrable. En la comodidad de mi propio asiento, me abandono al mortal languor del que tanto previene Schopenhauer: “la parálisis, leo en mis notas, “que se muestra en la forma del terrible y mortecino aburrimiento, de un fatigado anhelo sin objeto determinado”, y que se extiende ahora, imparable, por todo mi cuerpo.

Tumbado en el banco sin decoro alguno y con la libreta enfrentada al cielo, continúo el repaso de mi pequeño vademécum: en el sabio alemán encuentro con sorpresa el remedio a mi creciente postración, que no es otra que mi condición de artista y “el consuelo que procura el arte, y el entusiasmo del artista al que le hace olvidar las fatigas de la vida”. De este modo, el elogiado creador, leo con asombro, fascinado, “contempla el espectáculo de la objetivación del mundo: se queda parado en él, no se cansa de contemplarlo y reproducirlo en su representación”.

Detecto un pálpito premonitorio, anuncio de una de mis habituales pugnas con un mundo cuyo peso, quiero convencerme, ya no me intimida. Así, incorporado ya en el banco, desde la contemplación más decidida, el ceño fruncido y encimada mi cámara, transmuto el vientecillo, que agita las hojas, en una suave caricia; para cada pájaro y piedrecita encuentro un nombre y un propósito; incluso el cuasimodo canino, que se acerca obsequioso, meneando su rabito pelado, tiene su lugar en este cuadro de armonía, al que mis atributos poéticos han concedido un nuevo orden.

Envanecido por mi osadía prometeica, apoyados ahora los codos en el respaldo del banco,  reflexiono sobre el acto de representación: la vida convertida en espectáculo, pienso para mi, libre de tribulaciones, re-presentada en este acto de ilusionismo que los creadores todos, payasos de chistera, escenificamos en nuestro teatro particular. Nada se me antoja más irreverente  que el acto creativo, en cuya esencia, sigo pensando incontrolado, esta la reinvención del mundo y, en último término, ¡la negación absoluta y taxativa de Dios!

Cae el telón y vuelvo a la realidad del parque, alarmado por las consecuencias de mi acto, de mi  réprobo atrevimiento. El perrete, ahora malquistado, reclama con bufidos el banco del que ya me estoy levantando. Con mi defección vuelven los pajarillos a su vuelo incierto; un viento errático agita ramas y papeles por el suelo. De esta escena, sin orden ni concierto, huye su director entre las sombras.

En la puerta del apartamento, ahora vacío, reconozco mi derrota, la futilidad de un asalto a la vida nuevamente frustrado, sin otro logro que el halo de estas imágenes, que uno no sabe bien si emplazar en el recuerdo o en la ilusión del sueño, que bien podrían ser lo mismo.