Hombre apostado en la ventana. Bien
podría esta frasecilla coronar con su música un relato por escribir, o resumir
la vida misma de su protagonista. El hombre así descrito enfunda una mano en el bolsillo y
descansa la otra en el alféizar, las yemas rozando levemente la madera
como una araña congelando el salto. A su espalda, acechando en la penumbra,
asoman los fantasmas de muebles y objetos de una habitación solitaria,
amortajados con sábanas y gruesas cuerdas, levitando en el silencio gris e
intemporal de la pieza.
¿Es ésta una despedida? ¿El
comienzo de una nueva vida?
El hombre otea en estos momentos el horizonte: un gigantesco serruchón de montañas
rocosas horada en la lejanía un cielo azul sin nubes; la piedra gris de sus
laderas aparece veteada por verdes torrenteras de hierba que serpean hasta
desembocar en el océano de una amplia pradera; brotan de este mar de hierba,
como pequeños querubines, ovejas y algún que otro animado pastorcillo...En este
punto nuestro relato se estrella sin remedio frente al muro insalvable de armonía
columbrado por la embotada mente
de quien escribe…
Sólo una cosa resta por añadir, la repentina duda de que exista algún
tipo de arácnido saltarín, incluidos los africanos que, como bien es sabido,
mantienen un misterio impenetrable en muchos de sus hábitos, por más que zoólogos
y estudiosos de los cinco continentes hayan dedicado sus vidas, durante siglos,
al celoso escrutinio de estos animalejos insondables.