Consulto y releo las lucubraciones de este dietario insensato como
quien levanta la falda a una monjita, curioso y espantado a un tiempo, incómodo
con la sombra acechante de mi mismo que dibujan estas líneas.
Han transcurrido varias semanas sin alimentar con palabras este tamagochi virtual de mi perplejo yo. El
desfallecido avatar que me he
encontrado abandonado en el ordenador, famélico, desnutrido y espectral, reclamaba desde su celda internáutica
la savia vivificante de mis crónicas e invenciones, con las que su evanescente
silueta recupera ahora, paulatinamente, el contorno y la opacidad habituales. Con
el regreso de mis devaneos, ha vuelto a palpitar este doble circunstante y
subhumano, carburando a base de palabrazos y de frasecillas de inigualable ingenio; recuperando,
como quien dice, su débil latido con la descarga de mis iluminaciones celestiales.