lunes, 17 de diciembre de 2012


A los pocos días de estancia en esta patria de las inhibiciones pequeñoburguesas, mi impostada y frágil pose de falso bohemio se ha desmoronado hasta su base. Camino rendido a la densa marea de compradores navideños que pueblan la Getreidegasse; en la bolsa un calendario de adviento y un gorro con astas de ciervo para que N. haga el cernícalo cuanto quiera en las futuras fiestas, faltaría más. Voy apurando el paso en busca de un urinario donde poder aliviarme; escéptico, sin embargo, con una ciudad cuyas autoridades han dilapidado todo su erario en el retractilado antinuclear de sus monumentos y abandonado al indefenso visitante a una lluvia de misiles, el desplome del cielo mismo, o un apretón de la vejiga. Ya lo anunciaba Kart Kraus hace un siglo: “La humanidad es libre, ha conquistado tras duras batallas el derecho al sufrimiento universal. Prefiere pasar necesidades entre los monumentos a sentirse a gusto en los retretes públicos”.