Enfrascado en el singular cuaderno de campo del Doctor Líbido
(supongo), dejo pasar las horas de la tarde sobre las páginas inclasificables del pariente de mi vecina, pobladas
de manchurrones ilegibles y comentarios encriptados por la mella del tiempo: palabras momificadas, cuyo significado el paso de los años ha sepultado bajo
una losa impenetrable de pergamino ambarino y polvo. Entre las hojas de este
diario aparece una fotografía de su supuesto autor: una figura de aire mundano,
tocada con pajarita, las cejas arqueadas en un gesto de aceptación, linfático casi, a no ser por la leve inclinación del torso hacia la cámara, señal de una cierta
determinación de carácter, pienso para mí; un joven Rubén Darío, médico de profesión, pero aquejado de poesía y vapores de fortuna, resuelto al éxito en su aventura
indiana.
Extraviado
durante horas en la hipnótica lectura de estas notas sin rumbo, me decido a
transcribir, una vez más, un fragmento de estas líneas, en las que asoma de
cuando en cuando, parece, el ambulatorio paseo de su sensible autor por nuestra geografía hace unas décadas, sesteando
ocasionalmente a la sombra protectora de un árbol, o despierto a los más vivos
detalles del campo que le rodea, dejándose llevar, incluso, en algún que otro
pasaje, por un cierto tono, permítaseme la expresión, de encendidos tintes lúbricos:
…Y
timbla la pasarala cuando azoro al borde de las cosas, y timblan tanvién los
paramíos. En lumbre estan las motas todillas apechadas en varios morros. Sigo
sin ser la cava, pero no desvío un solo guante por las formas ni vayaserque.
También timblan, al calor del ciento, las marrascuelas y los rubrillos. En las
colas atentan suaves copas con sus ladrillos y yo me aviento solo en tumba,
dijando lo más tibio en fuera de la cazuelita. Ya soga al viento por la
venillas y saltan sastres a la deriva, y baten los corrales en sombra en cada
cabina. Yo mopongo con todo lo mío y sajo los cierres en el vientito, maduro
los ojos empretados consoplo. Al sonidillo me embrago todo y escroto las
hojillas con silicio, encaro micara lacaricia y, ablandado, mexpongo sin
estribos a las copas y avacantos deste pino…
…Y
a latarda, ¡quien dijera!, los mosos encubren las espitas; amallan los tíos y
amallan las aspuelas. Alpairo, todo se miente y se rocía: venados y concilios,
arpuelas y estampillas; las gomas y cerillas, a docenas, discuten entretiempos
a la encina. Fraguan las saladas, y se embaten en cestos cortaplumas o
abogados, cogidos ondos de la mano. Ya no hielan linces en las cuestas ni se
encindan trapos con los osos, pero, en la verdurilla toda, arriman a tiempo
gravas y excrementos, alindando sin amianto cuevitas y otros ellos. Y así pasa
al viento la tarde, con los corderos sepultando cubas y aguzando montes, en tanto loros y autovistas se envenan a
la marcha sin prisas y mucha lumbre.
Más
caras son las cosas embrutadas al aire y sin costura. También sucintan sustos
los codos de las cojas y los mapas de las laderas cuando escaldan afintadas las
horas mustias del centrodía. Yo pienso que no compongo al compás de mi madera,
pero arrumbo en el nidito todas las cosas buenas y asalto con la cintura el
colmo de mis paseos que vienen, alopienso, grapados con las bandejas. Y ahora
me dojo yovar por el cielo y las rosquillitas, emprendido para arriba sin el
freno de la vida…
Cojo
la pluma en secanta, volteando en mis dedos toda, rubrico mi vergüencita y me compro una escarola. Con el
monte desmeyado, con los bolos aturdidos, acatan por la mirilla los pecardos
enfadados. Morisas apeladas bailotean a mi vecina y el humillo de la fragata ya
renuncia a lo del día. Voy poscando pocoapoco decidido a la sartén, y
enfrascado en este luto mencamino con desdén…