- L3, L4
-anuncia el médico triunfal.
- ¡Hundido! -quiero responder desde la camilla, mudo por el dolor de sus pulgares
clavados en mis riñones.
La molestia volvió hace unas semanas, más punzante que nunca. Ayer noche desperté con el trasero entumecido, incapaz de salvar los tres pasos que me separaban del baño. Tampoco ayudó mi desvelo internáutico y la inmersión a deshoras en la Wikipedia, donde, sensible como estoy a la cuestión de la gravedad, en la descripción del espinazo humano, leí con horror lo siguiente: “la tercera vértebra lumbar cobra mayor importancia por ser el pivote osteopático de la movilidad lumbar, el centro de gravedad de todo el cuerpo (¡!)”.
La molestia volvió hace unas semanas, más punzante que nunca. Ayer noche desperté con el trasero entumecido, incapaz de salvar los tres pasos que me separaban del baño. Tampoco ayudó mi desvelo internáutico y la inmersión a deshoras en la Wikipedia, donde, sensible como estoy a la cuestión de la gravedad, en la descripción del espinazo humano, leí con horror lo siguiente: “la tercera vértebra lumbar cobra mayor importancia por ser el pivote osteopático de la movilidad lumbar, el centro de gravedad de todo el cuerpo (¡!)”.
Pero
el ensañamiento del medicastro embrutecido no ha terminado con su torpe
manoseo:
- Su
relato contiene enormes dosis de subjetividad -ha añadido, dosis de
subjetividad, así me ha dicho.
Despojada
mi aflicción de toda épica, digiero, humillado, la cruel sentencia en el aparcamiento del hospital, mis dos manos aferradas al volante, lívidos de rabia
contenida los nudillos y la mirada perdida en el horizonte. Vuelvo a la realidad con el
gemido del parabrisas cabeceando inútil sobre la luna seca de mi vehículo y el
rápido taconeo de una mujer, que acelera el paso alejándose de este escenario,
a todas luces homicida.