Mi
aspecto esta mañana no es el mejor. Puedo advertirlo en el gesto espantado
con que la asistenta posa un café
en mis manos antes de mi habitual desbandada doméstica. En la puerta tropiezo
con un libro abandonado en el suelo y una rosa, que mi torpe salida ha
triturado contra el piso. Resultan unos sonetos de Shakespeare prestados a la
vecina y que mi memoria aturdida había olvidado por completo. En la planta
superior se escucha el golpeteo de su infatigable escobón entreverado con
alguna tonadilla distraída con la que acompaña la limpieza diaria de la
escalera. Desciendo de puntillas los escalones, escondiendo en mi bolsillo,
culpable, la flor descompuesta…