viernes, 23 de marzo de 2012

 
Mi aspecto esta mañana no es el mejor. Puedo advertirlo en el gesto espantado con  que la asistenta posa un café en mis manos antes de mi habitual desbandada doméstica. En la puerta tropiezo con un libro abandonado en el suelo y una rosa, que mi torpe salida ha triturado contra el piso. Resultan unos sonetos de Shakespeare prestados a la vecina y que mi memoria aturdida había olvidado por completo. En la planta superior se escucha el golpeteo de su infatigable escobón entreverado con alguna tonadilla distraída con la que acompaña la limpieza diaria de la escalera. Desciendo de puntillas los escalones, escondiendo en mi bolsillo, culpable, la flor descompuesta…