De mis
viajes a la ciudad de Manila hace unos años, ha quedado el recuerdo difuso de
una escultura gigantesca del celebrado Silapulapu, repartida en piedra por
distintos rincones de esa ciudad interminable, y que mostraba a una figura
musculosa y granítica, convertida por el tiempo y el orgullo local en símbolo
de identidad nacional. Del lado de los conquistadores, a juicio de Zweig,
Elcano recibió una gloria inmerecida, no tanto por su previa condición de
amotinado, como porque el honor debería haber recaído, sostiene, en el esclavo
Enrique, traído por los portugueses desde las Islas de las Especias por la ruta
oriental bajo su control, y que se habría incorporado a la expedición de
Magallanes desde su inicio. El mencionado esclavo habría reconocido, para
estupor de todos, la lengua de los indígenas filipinos a su legada a las islas,
cerrando, así, el círculo de la primera persona que verdaderamente circunnavegó
el globo.
Un estúpido,
y a la postre fatal, error de cálculo, añade el escritor vienés, explicaría,
asimismo, el lance de costa que acabó con la vida del infortunado Magallanes,
quien, junto con los soldados de su partida, no pudiendo fondear las barcas
cerca de la playa, y alejados como estaban los indios del fuego de sus armas,
optaría por deslizarse al agua con sus pesadas armaduras, exponiéndose
ingenuamente a las flechas de los locales. En escaneado del grabado que ilustra
la muerte de Magallanes –extraído de la Cosmographuie de Thevet de 1575- advierto un
soldado, acaso el propio Magallanes, con la cabeza cruelmente asaeteada, el
casco a un lado, y el mudo estupor, casi cómico, dibujado en un rostro de ojos
abiertos desmedidamente al espectador.
En la
base del guerrero indígena encontrado en google, esculpida en piedra, leo con
sorpresa la fecha insigne de la muerte de Magallanes, 27-4-1527, que coincide,
salvando siglos y primaveras, con la fecha de mi propio nacimiento. Lo que
vendría a explicar, mal que bien, los vapores de conquista que ciegan en
ocasiones mis sentidos, provocados, parece, por el polvillo estelar que el capricho del cosmos habría
depositado en mi espíritu inquieto y ofuscado, heredero interestelar del
celebrado conquistador.