Releyendo esta crónica inútil,
este aturdido y difuso reportaje del espectro de mi mismo, he cobrado
conciencia de mi propensión a la añagaza y al palabreo, de los que me sirvo
para elevar capciosamente al rango de perplejidad cósmica la inconsistencias de
mis miserables devaneos diarios. “De nada tendremos menos necesidad –escribe
Schopenhauer- que de recurrir a conceptos vacíos y negativos, y luego hacernos
creer a nosotros mismos que decíamos algo cuando, levantando las cejas, hablábamos
de lo Absoluto, lo Infinito, lo Suprasensible…”.
Quiere el inflexible pensador,
con estas palabras admonitorias, evitar intelectualismos hueros, acotar
nuestros sondeos obsoletos a la esfera del mundo “real y cognoscible”, evitar “servir
en la mesa –dice- fuentes vacías”, huir de lo que, en palabras de Aristófanes,
sería la morada de las nubes y de los
cucos. Tampoco deja el filósofo mucho
margen a la introspección: advierte del peligro de hurgar en exceso
en uno mismo; del asombro y el desconcierto de encontrarnos, poquito a poco,
con la esfera vacía que somos; de la escasa compañía que hallaremos, en
definitiva, nos avisa, en la prolongada caída de nuestra existencia, donde no
acertaremos con más asidero que el espectro
de nosotros mismos.
Aceptado el consejo maestro,
habré de abandonar sin remedio la nube protectora de esta notas sin fuste,
renunciar a la compañía de los cucos y devolver a su sitio mis enarcadas cejas;
desinflar el globo de mi ego volandero y relajar el tenso estupor de mi
perplejo rostro, inflamado de
vapores y quimeras, con el que tecleo al cielo, entre asombrado y espectante,
estas lucubraciones pseudometafísicas mías y todas mis preguntas sin respuesta.
Con el click del interruptor se
apaga la luz y el parpadeo incierto de estas iluminaciones; sellada a mi
espalda la puerta, dejo encerrados para
el recuerdo y la memoria los restos de este carnaval de palabras y de
excesos. Entre las vacías botellas de champán y las melancólicas serpentinas, descansa,
abandonada por su dueño, la verborrea sin freno de estas notas atolondradas,
condenadas por su autor, desde este insigne momento, al silencio eterno de los
tiempos.
The party is over. Agur, adiós, au revoir, goob-bye, sayonara.