Siguiendo
el fatalista consejo de Jerome, inesperado gurú y cicerone tropical, he
decidido aceptar mi condición de ilusionista visual, rendirme a la farsa
de mis ejercicios fotográficos de chistera, al orden tramposo con el que mis
instantáneas transcriben un mundo irreductible en su caos. De ahora en adelante
asumiré los lamentables juegos de luz de mis fotografias como lo que son:
pirotecnia de feriante, fogonazos aturdidos con los que pretendo alumbrar la
penumbra inabarcable del mundo todo. Dios, Tiempo, Amor, Muerte,
etc. mantendrán, a pesar de mis iluminaciones, la nube de su misterio
impenetrable. Alrededor de esta hoguera sin luz, bailarán su danza de brujillos
de aldea todos los poetastros y hechiceros de bajo vuelo, artistas, charlatanes
y pacotilleros, con los que comparto oficio y quiméricas aspiraciones
universalizantes.
Leo
en la wikipedia que Houdini, “el más grande ilusionista de todos
los tiempos”, fue un supremo escéptico. En su cruzada contra la plaga de
espiritistas y videntes, que llenaron los salones de la época con su
parloteo ultraterreno, el famoso escapista desenmascaró a la pitonisa Eva C.,
célebre médium francesa conocida “por su facultad para producir ectoplasmas
emanados de la vagina”. El asunto provocó la ruptura entre el mago y sir
Arthur Conan Doyle, ciego defensor de la médium y de las corrientes mesméricas
tan en boga, quien atribuía con épica testarudez -o turbadora vehemencia, según
se mire- al propio Houdini poderes metapsíquicos y paranormales –por más que
esté intentara persuadir al escritor de que lo suyo eran puritos trucos,
sofisticados ardides de trujimán-.