Fiasco absoluto en el supermercado. Un peón de obra, de sesera anfibia
y subdesarrollada, colapsa la cola del cajero contando y recontando cada uno
de los céntimos con lo que insiste en pagar una barra de pan pellizcada
fatalmente en el sobaco. Los botones de cobre aparecen esparcidos sin control
por toda la cinta:
- Noventa y seis, noventa y siete, ¡noventa y ocho! –concluye el
albañil, triunfal y desafiante. Pero la cajera no rinde armas, escanea el grupillo
de monedas con mirada profesional y concluye tajante:
Y vuelta a empezar. A mi espalada un grupo desquiciado de amas de casa me golpea los riñones sin clemencia con los carritos de la compra. Pasan los
minutos y el abrazo en el que sujeto con mimo el tomate embotado y las
turgentes lechugas comienza a flaquear. Me giró en redondo, desmayado,
abandonando la compra en el carro de mi
estupefacta enemiga de trinchera.
Huyo empavorecido del autoservicio, decidido a convertir este episodio
endiablado en mero recuerdo.
Y aquí estoy, en el refugio de mi escritorio, conjurando con estas líneas
extraviadas la burda emboscada de la que he sido objeto; arrepentido, una vez más,
de asomarme a la luz de las callejuelas acechantes que rodean mi vivienda: un
laberinto de incivilidad y embrutecimiento: el asedio orquestado del mundo
todo, al que debo enfrentarme de tanto en cuanto empujado por las necesidades más
elementales de subsistencia, que debo atender sin remedio.
Leo estos días la novela Allá Abajo de JK Huysmans y las evoluciones
del estudioso Durtal, sosias del escritor, en el turbador submundo del
satanismo. Envidia Durtal “la cueva aérea del buen Carhaix”, campanero parisino
con el que el investigador comparte largas charlas metafísicas y ultraterrenas.
“Una estancia suspendida entre las nubes –codicia Durtal-, en la que poder
llevar la reparadora vida de los solitarios (…). Qué fabulosa felicidad –añade
para si- sería la de existir apartado del tiempo y, cuando la marejada de la
necedad humana viniera a estrellarse al pie de las torres, hojear aquí los
viejos libros al resplandor atenuado de una lámpara”.