En mis pesquisas internáuticas, rebuscando en los orígenes faústicos
de este invento del demonio llamado fotografía, he descubierto al omnipresente
Atta Kicher, erudito aventurero y abarrocado, de quien ya quedó copiada en
alguna parte de estas líneas sin rumbo su cerrada defensa de la realidad histórica
del Diluvio Universal y que, parece, contribuyó de manera decisiva a la
portabilidad de la Cámara Obscura en el SXVII. Al mamotreto inmanejable ideado
hasta esas fechas, habría añadido el estudioso unas patuelas y alguna que otra
bisagra, de modo que el cortesano de turno, plegado el invento al hombro,
buscaría ufano algún palacete o colinilla inspiradora por los alrededores, calcándola
arteramente a la luz de este invento endiablado. De ahí a la actual cámara
fotográfica median un par de siglos, pero la suerte ya estaba echada.
De modo que uno de mis admirados héroes, pienso para mí, experto en
jeroglíficos, vulcanólogo, conspicuo inventor y autor de 44 volúmenes en cuyas
páginas viene a dar respuesta al universo todo, que descendería, en su obsesión
por alumbrar el ultramundo, a las entrañas mismas del Vesubio, éste insigne y
proteico jesuita, digo, contribuyó de modo irreversible a la gran engañifa
universal de la fotografía, allanando el camino a ingenieros y voraces
industriales que han colado en el seno inocente de nuestros hogares
este aparatejo ciclópeo y monocular, pretendido captor de realidades, llamado cámara fotográfica (artilugio colgado
del cuello de quien escribe desde hace más de veinticinco años, incrustado como
un parásito inextirpable al tierno pescuezo de su dueño).
Del gran Attanasius cabría
añadir que ideó el arpa eolia, instrumento que sonaría al paso de las
corrientes de aire, y que descartó, taxativa y científicamente, la posibilidad
de alcanzar la Luna con la babélica torre codiciada por Nimrod (Génesis 10-11),
augurando un cataclismo bíblico en el intento:
“En orden de alcanzar el
cuerpo celestial más próximo; la Luna, la torre debería haber contado con
178,672 millas de altura, y compuesta de tres millones de toneladas de materia.
Esta desproporcionada distribución en la masa de la Tierra hubiera alterado el
balance del planeta y lo hubiera movido de su posición en el centro del
universo, resultando en una distorsión cataclísmica en el orden natural”.