El
pintor Antonio López me aconseja conservar mis fotografías enrolladas con una
gomita roja. Comienza entonces una lluvia pesada de verano que interrumpe
nuestra charla, yo cubro al maestro con mi gabardina, unimos nuestras manos
libres e iniciamos, entregados, un tango solemne, el culo bajo y la mirada al
frente.
Despierto
del sueño al compás de las olas rompiendo en la playa. Es noche cerrada y no
duermo sólo. En la rada, sobre las piedras, reposa desde ayer tarde el cadáver
sin identificar de un turista fatalmente accidentado. A la espera del médico y
del juez, Mussolini y su compañero anfibio pasan la larga noche velando el
cuerpo. Por las contraventanas se cuela el bisbiseo de los gendarmes en su
vigilia obligada. Hablarán, supongo, de la luna, o de un posible asalto a las
islas vecinas, atentos con sus linternas a cualquier movimiento sospechoso en
los alrededores.