lunes, 16 de julio de 2012
Enfrascado en el singular cuaderno de campo del Doctor Líbido
(supongo), dejo pasar las horas de la tarde sobre las páginas inclasificables del pariente de mi vecina, pobladas
de manchurrones ilegibles y comentarios encriptados por la mella del tiempo: palabras momificadas, cuyo significado el paso de los años ha sepultado bajo
una losa impenetrable de pergamino ambarino y polvo. Entre las hojas de este
diario aparece una fotografía de su supuesto autor: una figura de aire mundano,
tocada con pajarita, las cejas arqueadas en un gesto de aceptación, linfático casi, a no ser por la leve inclinación del torso hacia la cámara, señal de una cierta
determinación de carácter, pienso para mí; un joven Rubén Darío, médico de profesión, pero aquejado de poesía y vapores de fortuna, resuelto al éxito en su aventura
indiana.
Extraviado
durante horas en la hipnótica lectura de estas notas sin rumbo, me decido a
transcribir, una vez más, un fragmento de estas líneas, en las que asoma de
cuando en cuando, parece, el ambulatorio paseo de su sensible autor por nuestra geografía hace unas décadas, sesteando
ocasionalmente a la sombra protectora de un árbol, o despierto a los más vivos
detalles del campo que le rodea, dejándose llevar, incluso, en algún que otro
pasaje, por un cierto tono, permítaseme la expresión, de encendidos tintes lúbricos:
…Y
timbla la pasarala cuando azoro al borde de las cosas, y timblan tanvién los
paramíos. En lumbre estan las motas todillas apechadas en varios morros. Sigo
sin ser la cava, pero no desvío un solo guante por las formas ni vayaserque.
También timblan, al calor del ciento, las marrascuelas y los rubrillos. En las
colas atentan suaves copas con sus ladrillos y yo me aviento solo en tumba,
dijando lo más tibio en fuera de la cazuelita. Ya soga al viento por la
venillas y saltan sastres a la deriva, y baten los corrales en sombra en cada
cabina. Yo mopongo con todo lo mío y sajo los cierres en el vientito, maduro
los ojos empretados consoplo. Al sonidillo me embrago todo y escroto las
hojillas con silicio, encaro micara lacaricia y, ablandado, mexpongo sin
estribos a las copas y avacantos deste pino…
…Y
a latarda, ¡quien dijera!, los mosos encubren las espitas; amallan los tíos y
amallan las aspuelas. Alpairo, todo se miente y se rocía: venados y concilios,
arpuelas y estampillas; las gomas y cerillas, a docenas, discuten entretiempos
a la encina. Fraguan las saladas, y se embaten en cestos cortaplumas o
abogados, cogidos ondos de la mano. Ya no hielan linces en las cuestas ni se
encindan trapos con los osos, pero, en la verdurilla toda, arriman a tiempo
gravas y excrementos, alindando sin amianto cuevitas y otros ellos. Y así pasa
al viento la tarde, con los corderos sepultando cubas y aguzando montes, en tanto loros y autovistas se envenan a
la marcha sin prisas y mucha lumbre.
Más
caras son las cosas embrutadas al aire y sin costura. También sucintan sustos
los codos de las cojas y los mapas de las laderas cuando escaldan afintadas las
horas mustias del centrodía. Yo pienso que no compongo al compás de mi madera,
pero arrumbo en el nidito todas las cosas buenas y asalto con la cintura el
colmo de mis paseos que vienen, alopienso, grapados con las bandejas. Y ahora
me dojo yovar por el cielo y las rosquillitas, emprendido para arriba sin el
freno de la vida…
Cojo
la pluma en secanta, volteando en mis dedos toda, rubrico mi vergüencita y me compro una escarola. Con el
monte desmeyado, con los bolos aturdidos, acatan por la mirilla los pecardos
enfadados. Morisas apeladas bailotean a mi vecina y el humillo de la fragata ya
renuncia a lo del día. Voy poscando pocoapoco decidido a la sartén, y
enfrascado en este luto mencamino con desdén…
viernes, 13 de julio de 2012
Arrinconado
en mi propia casa por una patrulla de reporteros embrutecidos. Martilleándome
las sienes con su micrófono, la periodista pregunta por las claves de la
fotogenia, así dice, claves-de-la-fotogenia. Una revista de la máxima
importancia y del mayor prestigio, me explica, ha consagrado a Elisabeth Taylor
como la actriz más fotogénica de la historia. Su noticiero reclama, insiste la
reportera, el labio entreabierto y fruncido el ceño, una aclaración sobre el
secreto de la fotogenia.
Cegado por
la luz de la cámara, pongo los cinco sentidos en salir airoso de esta
encerrona mediática. Evitar por todos los medios, me digo, mi proyección al
mundo en la forma de un busto oracular, segado el cuerpo por la pantalla,
iluminando al público con falsas máximas de una estupidez en el límite, podría
decirse, de la abyección. Mi torpe alocución queda finalmente reducida a una
secuencia de balbuceos timoratos, propios de un fotógrafo aquejado de alguna
congestión cerebral, pensará el público inclemente, psíquicamente disminuido
-añado para mí-.
Tras el frustrado asalto, vuelven los periodistas a su vehículo con
idéntica urgencia a la que llegaron, irritados por mi colapso verbal,
mordisqueando cada uno con enojo su teléfono móvil. Arrancan su vehículo con un
chirrido de neumáticos, ciegos al saludo de R. desde su huerta. La vecina
esconde en su media sonrisa todas las respuestas que yo no he sabido dar. El azul
del cielo brilla en su mirada de actriz de la Metro; bailotea en su
frente el flequillo, negro y rebelde; a su espalda, el tintineo del hielo
anuncia los primeros whiskies de una velada tempestuosa: Richard Burton, podría
jurarlo, la reclama desde las sombras.
lunes, 9 de julio de 2012
Del
cuaderno de campo del Doctor Líbido (supongo):
Es
tiempo de garcelas: en las majillas se entraman bolardas y espigones. Al final
del día, los palillos cubren el cielo con sus cantuelos. Sombras y aljabillas
siembran de estornudos las cañadas, y en los bochos de las encinas, el
cabretillo relame los afueros estirando su manteca. Habrá que esperar el entretiempo,
me digo, cuando las pateras tiñen con su estío albores y carreteras. Entonces,
y sólo entonces, de las cimbras y de todas las talayas, surge intempestivo el
arrochal, abrazando el campo con su sequío y desviando al fondo, con bravura,
el esquema de las cosas y de las carteras. Bienvenidos entonces los kimonos,
bienvenidos el arrochal y las entrameras con sus granos asomando encendidos
El
cielo se cubre entiempos de espolvillas, y monjas cuelgan sonrisas de las ramas
con el reyuelo ciscando en su caída. En el horizonte oservo muchas ganas;
alguna cuchara estafa en el albor y las granas todas ensueñan con colores y
alabardas asembrando hasta el final del día las rejas del paramento y las
enfiladas, que entre caños deslucen su agüita al despiste de las ramas.
En
esta época las lechuzas enlatadas apestan a montones. Se desvían y cubren con
su ajuero en chimeneas y ladrillos, prontas a solar con su vuelo entre el
ganado de cada amercado.
Anoto con arrobo esta anota y destruyo sin piedad las colinas y los amedos que rodean con solío mi soledad sola.
Anoto con arrobo esta anota y destruyo sin piedad las colinas y los amedos que rodean con solío mi soledad sola.
miércoles, 4 de julio de 2012
En el
coche camino de U. Apenas incorporados a la autopista, N. suelta su primer
dardo de impaciencia: “¿Cuánto falta?”. Manipula un enorme reloj anaranjado enredado a su pequeña muñeca como la fatal serpiente al Árbol de la Ciencia. Voy
explicando al retrovisor el significado de la media esfera que nos queda por
recorrer, la aguja larga que, señalando al doce, coincidirá con nuestra llegada
dentro de media hora, así le digo, media hora. A mi iluminación pedagógica
sigue un minuto de silencio inquietante. Asoma, entonces, sobre mi hombro, la
esfera horaria con el doce alanceado con inmediatez absurda y la sentencia de
N., sin resto alguno de ironía: “Pues ya debemos de estar llegando”.
Luce
el sol en U. La sombrilla de helados ha recuperado la vertical y cobija en su
sombra a nuestra vecina, gendarme infatigable del barrio. R. tiene hoy el pelo
recogido en rulos de colores y
cubierto por una redecilla verde que le confiere un aspecto de rapero de
Baltimore. Vigila el entorno desde su trono sedente, como un mandatario
sumerio, las dos manos sobre el regazo y la mirada atenta a los contados
movimientos en el barrio. Los Testigos de Jehová han vuelto, subrepticios, al
ataque: pellizcada en la cancela, encuentro una revistilla de proclamas bíblicas,
ilustrada con imágenes de dioses barbados asomando entre nubes imposibles;
otras páginas muestran estllidos nucleares y soldados gritando con el rostro desencajado; aparecen, igualmente,
familias sentadas en el calor del hogar, el blanco almidonado de sus camisas
refulgiendo en cada viñeta y una sonrisa de maniquí cruzada en cada uno de sus
rostros plastificados, coronados por una rubia mata de pelo de geometría
perfecta e inverosímil. Miro por encima del hombro, atento a cualquier movimiento
en los alrededores, alarmado por la posible presencia de un enemigo al que creía derrotado. R., Gudea de
Lagash, mantiene su gesto mayestático y petrificado bajo su sombrilla, tan sólo
sus ojillos resabiados, dirigen el azul de su rayo en mi dirección. Si la
piedra hablara…
lunes, 2 de julio de 2012
Transcribo
a continuación un extracto del cuaderno de campo del Doctor Líbido (supongo):
Suenan
las avezuchas en el trino de los albores, a las matajuelas se enjambran colores
y enramadas. En esta época, la luz saltiera y emboza sus validos con suaves
arrobes. No todas las casmadas, me digo, disfrutan con igual del tiento. En los
caminos de otros las colinas amechan en distintas direcciones, con el fruto de
sus mantillas arrumbando distintas caras. ¡Qué solito el tiempo de las
cardillas! Cuando a los felones y espantos que amantan la tierra se prestan con
valía luchos y otros pescones. Me detiengo en este priaje para almiar todo el
viento de las pasarelas y tener en un mendigo la pereza de los bosques y de las
maracas...