Me
acodo en la ventana desvelado, atraído por los maullidos de un gato que huye en
la noche, dibujando con su cola una interrogación. Una línea de luz divide en
dos la calle y alumbra un teatro de farolas sin otro público que sus sombras. El
escenario perfecto para un crimen que no cometeré, pienso para mí.
La
nostalgia de todo lo que no ocurrirá se extiende con su familiar cosquilleo por
mi cuerpo. Suspendido en la alfombra que salva mi caída, busco a tientas el
apoyo del colchón. Soy mis silencios, me digo, tumbado ya, aferradas las dos manos a las sábanas aún
calientes, soy lo que ignoro y los lugares que no ocupo, soy mis recuerdos y
todos los anhelos incumplidos, todo eso soy y nada. Somismo en esta pred algún
salto quieto, algún cormodo en estatienta y a la vez…
Comienza,
en el interior del armario, un ronroneo felino, convertido pronto en feroces
arañazos que terminan por abatir el mueble. Con el estrépito de la caída recibo
un empellón que me empuja fuera del sueño. Despierto sentado entre sábanas
revueltas, agitado por la amenaza del licántropo doméstico y el crepitar obstinado del despertador,
que no cesa.